jueves, 29 de diciembre de 2011

La verdad y un gesto

Hay en este libro dos consideraciones.
La primera y la más importante, es que éste y cualquier otro libro que hable de todos aquellos españoles que murieron asesinados en los campos de concentración nazis resulta un acto necesario.
Conocer su historia de sufrimiento y muerte y honrar su memoria es un acto de justicia imprescindible. El exilio, los campos de concentración franceses, su integración en las Compañías de Trabajadores extranjeros y en los Batallones de Marcha, su captura después de la invasión nazi de Francia, su condición de apátridas, su detención y deportación, su internamiento en campos de trabajo y su vida de esclavos, útiles mientras tuvieron fuerzas para obtener de ellos un rendimiento, prescindibles cuando ya estaban agotados y enfermos y eran eliminados, convertidos en ceniza para dejar hueco a los siguientes.
Conocer la verdad de aquellos miles de españoles que compartieron el mismo destino que otros millones de seres humanos es algo obligatorio. Porque forman parte de aquel exterminio sistemático y organizado para el que ninguna palabra resulta prescindible.
Y este libro en concreto es la recuperación de uno de ellos, de Mariano Carilla Albalá, de Lanaja (Huesca), que murió asesinado en la cámara de gas del castillo de Harteim, dependiente de los campos de Gusen y Mauthausen, en 1941.
La historia de Mariano la recupera un descendiente suyo: Joaquim Pisa Carilla, que encontró su nombre en una lista de deportados españoles en los campos nazis y que a partir de ahí reconstruyó su vida y muerte. Mariano cruzó la frontera con Francia al terminar la Guerra Civil y compartió el mismo y triste camino de otros muchos españoles atrapados en ese país para finalizar en aquel castillo de Austria donde fue llevado para morir. Hecho ante el que se debe sentir “una pulsión de piedad emocionada hacia un ser humano indefenso llevado al sacrificio como un cordero enfermo”.
Pero la segunda consideración que –creo- debe decirse es que éste es un libro personal. Su autor reconstruye la vida de Mariano basándose fundamentalmente en testimonios orales e intercalando alguna hipótesis. En un libro-homenaje como este es lógico ese tratamiento del personaje como símbolo. Mucho más si fue en su momento uno de esos hombres anónimos que se perdió entra la multitud y no dejó testimonio individual de su pensamiento, sin poder afirmar o negar lo que de él se dice. Desde luego hay un hecho innegable: su muerte, su injusto y brutal asesinato, pero recomponer su vida ( y sus espacios en blanco) basándose en testimonios y recuerdos de familiares; en concordancias temporales, sociales e históricas genéricas y, sobre todo, en una visión idealizada a posteriori y maniquea de una época y sus sombras –la II República y la guerra- hace de este un libro personal Y no son mis palabras una forma de negar la verdad que cuenta sino de avisar que Joaquim Pisa la cuenta a la medida y desde el punto de vista de su ideología política.
Para algunos esta será la historia que quieren oír y creer, con sus verdades y silencios, sus buenos y malos absolutos, su visión con un solo ojo. Cada uno es libre de verlo como quiera. Pero yo soy de los que no idealizan nada, de los que cree en la imperfección de las cosas, de los que procura leer las dos versiones de la historia y no quedarse con ninguna.
Y si hay algo significativo, un gesto que va más allá de los silencios y las palabras; más allá de un libro en blanco y negro, es lo que el autor hace y dice en la página 111 cuando acude a rendir homenaje a Mariano en el campo de Mauthausen: “me incorporo tras haber dejado la placa apoyada contra la pared, me pongo en posición de firmes y mirándola saludo con el puño en la sien”.
Este es un libro que es un recuerdo necesario –no me canso de decirlo- objetivo en su parte fundamental y absolutamente estremecedor, pero que alguien haga hoy en día ese gesto me parece igual de execrable y repudiable que saludar a la romana. Gestos que sobran, que están fuera de lugar y de tiempo. Un gesto que delata y retrata al que lo hace, que produce tristeza y perplejidad y desvirtúa su razón. Un gesto que por no hacerlo llevó a cientos de miles, a millones de seres humanos a morir en el archipiélago gulag de la Rusia comunista, incluso a algunos republicanos españoles. Un gesto que es una marcha atrás, un retroceso; expresión de un odio que acabó en guerra; la ignorancia de un sobrino-nieto que no ha aprendido nada de lo que vivieron sus abuelos.
La verdad no se merece estos gestos. La verdad debe de estar por encima, fuera de ellos. Por culpa de esos gestos y todo lo que significan murieron millones. Ya es hora de enterrarlos para siempre.

“Un castillo en la niebla”. Joaquim Pisa. 172 páginas. Salvador Trallero, editor. Sariñena Editorial, 2011.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Mayo contra noviembre

Ante esta “Nostalgia armada” me asalta una sensación, un sentimiento contradictorio. Tal vez por torpeza mía, por ignorancia. Por un lado de belleza y ritmo, pero al mismo tiempo de largo recorrido que me deja sin aliento. Sin la resaca de otros días y otras palabras.
Tal vez sea culpa mía y de lo que nos ha convertido este mundo moderno: prisa, concreción, precisión, minuto y resultado. Velocidad, destino final sin importar el camino recorrido. Inmediatez, éxtasis y olvido. Tal vez sea que yo prefiera lo evidente, los caminos limpios y breves, el minimalismo salvaje de un cuchillo corto y bien afilado antes que una cubertería de plata.
Marqué con un (No) algunos poemas y subraye cada título para una relectura. Marcas para volver a recorrerlo de nuevo porque siempre leo dos veces los libros de poesía. Y en esa segunda lectura de los poemas subrayados volvió la contradicción de esa doble sensación de belleza y extrañeza. De intensidad alargada innecesariamente, de exceso en la composición, de prolongación, de poema en largometraje. Y con la contradicción volvieron las dudas. Quizás yo esté equivocado, quizás porque siempre he buscado en la poesía esa estructura de intensa brevedad, quizás porque me gusta sentir su eco retumbando sin que otro sonido lo interrumpa.
Y en esa segunda lectura comprendí que Olga Bernad escribe de otra manera. Alargada, explicativa. Y la imagino más contundente y eficaz en una prosa poética, en unos poemas de párrafos largos y punto y a parte que consiguieran otro ritmo distinto, continuado, absoluto. Los poemas de Olga, los subrayados, son poemas narrativos. Y comprendí que debía volver a leerlo con esa estructura, con ese nuevo ritmo adecuado a la lectura de esa forma. Porque de la primera lectura me quedaron poemas que me robaban el aliento y no me dejaban masticar las palabras. Los deslumbramientos no se detenían. Eran vagones enganchados en un tren que no paraba y cuando lo hacía ya estaba lejos.
Me da vergüenza hablar de teorías. De cómo encender un fuego. Yo prefiero quemarme en el incendio provocado por otros. Yo no soy el que dibuja los mapas, soy el que se pierde en ellos.
Y ejemplos de esos poemas que ganan en intensidad ajustando el ritmo de su lectura –convertidos- en prosa poética son “Lugares invisibles”, “Nada en el desierto”, “Baile de muertos”, “Amanecer de la mucha muerta” y “No escribo”. Y poemas breves en los que refugiarme dentro de su eco: “21 gramos”, “No saber”, “Extra viam”, “Perros de noviembre”, “King Geroge” y “Una amazona griega en tiovivo”.
Y como ejemplo de esa extensión perjudicial y contradictoria, el poema “Estocolmo” con la belleza de “esa sonrisa que tuve guardada/por si un día volvíamos a vernos./Duerme siempre conmigo/y sabe respirar con mis pulmones” perdida en un largísimo poema de tres páginas que se mitiga con el regalo de dos versos finales “En tardes de violencia me ha mirado/con ojos de animal de compañía”.
Vuelvo a releer los subrayados, ignorando las negaciones entre paréntesis. Vuelvo y me encuentro con “te inventé porque el mundo me sabe a hambre atrasada”. Y me quedo con que todo lo que digo son teorías, elucubraciones, gustos personales y ninguna verdad. Que a mi no me gustan los poemas de águilas y vuelos, los versos bucólicos, las miradas al cielo y la tierra, que el único animal que me interesa es el hombre.
No tengo teorías ni quiero fabricarlas ni escribirlas. Tan sólo quiero dejarme llevar, atrapar, sentir el golpe contundente de la emoción sin explicarme el porqué. “Por eso me repito cada noche/que una vez fuimos jóvenes y fuertes,/nuevos y en blanco, puros, aprendices,/crueles conquistadores y milicia,/novicios consagrados al acaso,/peligrosos de amor y de violencia./Y vivir importaba/y el porvenir olía a incertidumbre,/a fiesta y a dureza, a beso húmedo.”
“Será agosto y, en sueños,/vendrán ladrando perros de noviembre./El mes más vil, el mes de los suicidas,/el que arranco de cuajo en los diarios”.

Olga Bernad. “Nostalgia armada”. 89 páginas. Ediciones La isla de Siltolá. Sevilla, 2011.

martes, 13 de diciembre de 2011

La revancha es un té frío

El argumento de esta novela es inicialmente sencillo: el reencuentro de una mujer, veinte años después, con los que fueron sus compañeros y amigos de la facultad. Pero lo diferente es que no es el típico reencuentro organizado o casual sino una vuelta al pasado provocado al descubrir, leyendo las esquelas del periódico, la temprana muerte de su mejor amiga de entonces.
Así que, sobrecogida por la tragedia y renunciando a todos sus complejos y a su presente imperfecto, a su vida rimando en asonante, decide acudir al velatorio para despedirse de ella, pero también para volver a verle a él; esa herida de aquel tiempo todavía sin cerrar.
Pero ellos tres no eran los únicos. Estaban los demás. Y estarían allí. Y ese reencuentro era precisamente el que más temía. La humillación a tener que admitir ante ellos sus fracasos: “no he terminado la carrera, no me he casado, no trabajo de profesora, no tengo hijos, soy una simple cartera y todavía vivo con mis padres”. Ellos, tan afortunados entonces, serían ahora una prolongación de aquel recuerdo y habrían conseguido todo lo que ella no tenía, lo que ella no era.
Y es precisamente la muerte, como principio y final, lo determinante en esta novela. Es la muerte y todo lo que desvela y provoca. Porque María, en una original estructura narrativa, nos descubre que aquellos que eran presuntuosos entonces “sus vidas de ahora están llenas de mugre y cosas a medias como las demás”.
Nos descubre cómo el tiempo ha transformado aquel futuro por delante; en qué han quedado, cumplidos los cuarenta, aquellas ilusiones de los veinte años. Que “también ellos desean morir lejos de sí mismos y creen que ha habido un error muy grande en alguna parte de sus vidas”. Cómo han alcanzado el éxito literario, si a través del talento o por medio de las relaciones; por conocer a la persona adecuada. Cómo se han vuelto mezquinos, insatisfechos, amargados y falsos por culpa de la ambición personal, las equivocaciones, las decisiones impuestas; la hipocresía y los secretos. Y cómo es precisamente la muerte la que permite una segunda oportunidad, un renacer, un motivo para cambiarlo todo. Es la muerte la que permite la revancha de esos del grupo a los que antes se despreciaba. Un grupo al que se pertenecía de prestado y ahora se regresa. "Entonces era de otra manera, nos tocaba perder. Pero ahora no es como entonces, ahora es distinto, es mejor", ahora toca ganar.
María hace una literatura cercana, reconocible y, sobre todo, que suena de verdad. Y es importante decirlo porque en aquel docudrama: “Vivir cada día”, también se contaba una historia real, pero los personajes se interpretaban a sí mismos y acababan convirtiéndola en un reflejo inverosímil. Sin embargo, María, con su narrativa intimista, sencilla y humana consigue que la vida imite a la literatura; la refleje con su parte de comedia y drama; veamos a los personajes que ha creado de carne y hueso, nos identifiquemos con ellos, sintamos odio, asco, lástima o nos alegremos con su victoria; asintamos ante sus dudas y la lógica de sus temores.
Nos lleva por un camino en el que sonríes cruzando los dedos, con el miedo a que todo se rompa, por el que te agarras con fuerza al destino feliz y sientes el vértigo de lo que no sabes, de lo que no llegarás a saber. Saboreando el desquite, la venganza, ese plato que se sirve frío. Las caras de estupor, los burladores burlados, el cuento chino de la pobre cenicienta hecho realidad. Y en el último suspiro, en la última página, con una insinuación evidente, te regala lo que no esperabas.

“Como entonces” María Frisa. 160 páginas. Primer Premio Narrativa Universidad de Zaragoza 2009-2010. Ilustración de cubierta de David Guirao. Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Ocho nuevos dobles: Doppelgänger

Alguna colección de relatos puede resultar algo así como la reproducción, por orden de clasificación final, de los ganadores y finalistas de un concurso de maquetas. Esforzada y compartida fama efímera. Anécdota, collage de nombres sin solución de continuidad. O puede ser, como en este caso, igual que aquellas viejas cintas de casete en las que grabábamos nuestras canciones favoritas. Antología personal y emocional. Noches de sábados con las ventanillas abiertas. Obsoleta metáfora que puesta al día nos llevaría en este caso a un disco colectivo de ocho cantantes con ocho canciones inéditas, un cómic de Álvaro Ortiz de regalo en su interior, un maravilloso diseño artístico y una carátula original de Arantxa Recio que enamora nada más verla. Una joya en papel para ver y tocar.
Este libro es (eso creo) el resultado de una idea individual o a medias, ideada por uno y cocinada por dos, cuatro escritores cada uno; dos de mutuo acuerdo; tres más, uno más uno igual a Jekyll&Jill; Jessica Aliaga y Víctor Gomollón y viceversa. Idea (me gustaría imaginar) presentada en una reunión de amigos, en una larga sobremesa repleta de alcohol, libros, música, risas, pies descalzos y ceniceros repletos. Una idea sin oportunismo, con más arte que negocio, tan sólo por el placer de reunir en un libro a sus autores contemporáneos favoritos, afinidades individuales y/o coincidentes. Reunirles una noche y presentarles al Doppenlänger, el mito alemán que se refiere al alter ego u otro-yo fantástico; el reflejo, el desdoblamiento, la doble identidad. Y pedirle a cada uno que escriba un relato sobre eso. Un libro inevitablemente ecléctico, personal e intransferible, cada uno con su idea, su perspectiva, su estilo; distinto en cada caso. Ocho maneras de pensar el mito y crear uno nuevo que reúne diferentes formas de narrar. Desde la formal –sin sentido peyorativo- a la pura alucinación.
La sinceridad esquizofrénica, cruda e irreflexiva de Rubén Martín; el otro yo –ese que nunca miente- de un diario de Francisco Nixon –músico del que me declaro fan-; el amigo invisible e imaginado para escapar del dolor cotidiano y familiar de Brian McCabe; la fantasía surrealista de Javier Moreno, un cuento para adultos perversos con una Caperucita Roja convertida en una erótica Lolita y un Lobo Feroz desconcertado y repentinamente curado de su daltonismo con el rojo de su pintalabios; Juan Carlos Márquez, provocador, beligerante, gamberro, satírico, metafóricamente deslumbrante y su nueva versión a ritmo de rap de la invasión de los ladrones de cuerpos; Miguel Ángel Ortiz Albero, minucioso observador y su prosa descriptiva, difícil y poética por la que siento una irracional debilidad con un relato sobre la pérdida de la memoria y la identidad. Y los dos que me han resultado absolutamente brillantes: Sergi Bellver con “El nudo de Koen”, un inquietante relato de original estructura sobre dos hermanos con el mismo nombre –uno muerto y el otro vivo-, dos pensamientos, dos vidas paralelas que se cruzan en un aniversario; y Miguel Serrano con “Media res”, una historia gemela en dos actos, un misterio abierto, ocultado a la lectura; una misma coincidencia, mismo taxista, igual trayecto, mismo lugar, final duplicado; sorprendente relato genial.

“Doppelgänger, ocho relatos sobre el doble” Varios Autores. 187 páginas. Jekill & Jill Editores. Zaragoza, 2011.