viernes, 17 de diciembre de 2010

Lejos de la televisión

Hubo un tiempo en el que los libros eran la única manera de viajar sin salir de casa. Después vino el cine, y luego la televisión. Y todo cambió.
Igual que la música desterró a la poesía, la imagen doméstica derrotó a la literatura de viajes. Y para ver no se necesita saber leer. Y las palabras que nos llevaban de viaje se convirtieron en un esfuerzo, en una comparación que jugaba en completa desventaja y siempre acaba perdiendo.
Pero todos viajamos alguna vez. Todos queremos huir o regresar. Descubrir, recuperar o cambiar. Unos lo hacemos cerca, a convencionales paraísos a los que podemos llegar en coche y donde hablan nuestro mismo idioma. Otros prefieren hacerlo cuanto más lejos mejor. Cambiar de hemisferio. Cambiar de cultura. Contemplar los contrastes que esconde este planeta. La otra cara de estas calles conocidas y repetidas.
Y hay otros, como Beatriz Pitarch y su madre, que no se rinden ante las barreras y las limitaciones, que no renuncian a sus ilusiones. Que no se dejan amedrentar por lo incómodo y lo difícil para conseguir contemplar y conocer la belleza. Y eso es este “Chador azul”, un reto; un viaje; una ilusión compartida.
Porque muchos se conforman con saber lo que otros les cuentan. Pero otros prefieren verlo por sus propios ojos. Y eso es este “Chador azul”, una rebelión; un deseo de contemplar lo que hemos leído en los libros de historia y de arte, hemos visto en la pantalla de la televisión.
Todos viajamos y todos repetimos los mismos gestos. Guardamos en álbumes de fotos los recuerdos de ese tiempo y viajamos con guías ilustradas; asépticas guías que nos hablan de historia y arte, de restaurantes, museos y lugares comunes. Pero estas guías no nos dejan las impresiones personales del viajero. Son manuales, no reflejos de los sentimientos ni de las personas. Son libros ilustrados e impersonales que nos ofrecen todos los datos, pero ninguna impresión.
“El chador azul” es un cuaderno, un diario personal de viaje. Y Beatriz elige el camino difícil, elige la palabra, la forma antigua, la forma personal de guardar el recuerdo.
“El chador azul” tiene la virtud que para alguien como yo, reticente a viajar a los países musulmanes, despertó en mi las ganas de conocer Irán. Seguir los pasos de Beatriz y su madre, utilizar su libro como referencia. Entender, por ella, que además de la típica belleza física de la arquitectura y paisaje de un país, están las personas que nos acompañan, las que conocemos, las que vimos por primera vez, las que nunca volveremos a ver.
Están sus carencias, sus virtudes y sus defectos. Todo por lo que resultan diferentes e iguales a nosotros. Su bondad y su maldad. Su pasado dictando el presente y su futuro por llegar.
Y están oriente y occidente. Nosotros respetando sus reglas, jugando unos días a ser uno más entre ellos, y ellos queriendo huir, escapar y ser como nosotros. Antigüedad y modernidad. Turistas y nativos. Excursionistas y cautivos. Azulejos, vidrieras, agua; música, mercado negro y fiestas privadas al anochecer.
Y están en especial las mujeres. El destino de nacer en un país sin libertad. Vivir al dictado de lo prohibido por los hombres y sus leyes. Al dictado de sus tradiciones y sus colores oscuros, de los privilegios denigrantes de sus clérigos, de la apariencia, la hipocresía y lo mal visto; su fundamentalismo religioso y policial. Un viaje de siglos en el tiempo que me hizo recordar a Las cobijadas de Vejer de la Frontera y su traje de paño negro con el que se envolvían de los pies a la cabeza y mostraban en público sólo su ojo izquierdo.
Un país de tradiciones denigrantes en el que las mujeres deben ocultarse y un libro en el que muestran su rebeldía inconformista y clandestina, su silencio y su alegría, su bondad y su risa. Un viaje para conocer a las personas y su agradecimiento; lo que hay debajo de su apariencia.

Beatriz Pitarch. “El chador azul”. Laertes ediciones. Barcelona, 2009.
http://elchadorazul.blogia.com/

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