viernes, 5 de marzo de 2010

En defensa propia

No se trata de encontrarle los defectos a la trama. De verla influenciado por esas series de televisión en las que los policías analizan los detalles microscópicos del crimen, encuentran piezas que no encajan y siempre aparece un pelo con el ADN del culpable. No se trata de pensar en coartadas insostenibles ni en dobles vidas imposibles de mantener ocultas. No se trata de valorar su mensaje desde principios legales o morales ni en comenzar un debate sobre la eutanasia. No se trata de que la protagonista sea una mezcla inaudita entre Lara Croft y un ama de casa y que a ratos parezca un hombre metido en el cuerpo de una mujer. Ni de pensar en que el trío investigador resulta surrealista y absurdo y la abuela parece la hermana gemela de Agustín en un moderno y divertido remake de “La ciudad no es para mí”. No se trata de una literatura con pretensiones estéticas, metáforas y mariposas. No. No se trata de eso. Nada de eso es importante. Sino que se trata de dejarse llevar. Vivir la aventura, reírse y disfrutar. Gozar del buen humor y quedarse con el mundo desgraciadamente real que retrata con precisión toda esta ficción. De esa maldita cosa llamada fama.
De pensar en esos actores que en su tiempo eran famosos galanes y lo tenían todo y que con la llegada de una nueva época pasaron a ser nada. En esa caída libre en el abismo. En descubrir a un hombre acabado, consumido, devastado, destruido. Y en la posibilidad de que exista un moderno Tánatos que elimine a los que no desean vivir. A los expulsados de ese paraíso que apesta, a los tachados de la lista de la fama.
Pero no se trata sólo de eso. En esta novela de Ricardo Bosque hay sobre todo una crítica a todo ese mercadillo infecto que podemos ver cada día en la televisión. Esos programas donde algunos venden sus miserias propias y ajenas por unas monedas. Y de todos los que viven de ese sucio cuento. Y del público que disfruta consumiendo esa mercancía podrida al ritmo de un politono. Un submundo en el que un fotógrafo idealista que quería ser como Weegee, el fotógrafo de Nueva York y “El ojo público”, descubre que las fotografías de papel cuché se hacen por encargo, orden y supervisión de la superioridad. Y los mensajes no se dejan en el contestador sino que se graban a golpes en un lugar sin testigos. Made in spain al estilo siciliano.
Un mundo repleto de frivolidad en el que juraría que José Luis Gracia Mosteo hace un divertido cameo que nos llevará hasta la reina de todos esos peones, de toda esa mentira y ese espectáculo denigrante. La persona que escribe y dirige los guiones retorcidos del mundo del corazón. La madame de ese putiferio rosa. Una cínica que dice ofrecer un servicio público a la plebe porque siempre ha necesitado individuos de los que reírse y olvidar así sus propias desgracias. Un nuevo circo romano donde los leones tienen apariencia humana y los cristianos son voluntarios deseosos de obtener fama y dinero vendiendo su dignidad.
Eso es lo verdaderamente importante. Dejar en evidencia toda esa farándula vomitiva. Lo triste y despreciable que resulta. Y agradecer el buen humor de Ricardo. Su estilo ácido y directo contándonoslo. Y descubrir que un ramo de flores lo puede cambiar todo, puede confirmar, en exclusiva y en directo, todas las miserias nacidas de la ambición y el oportunismo; puede convertirnos en cómplices alegres de un acto de justicia, de una mujer que los tiene bien puestos y actúa en defensa propia; dejarnos una sonrisa maliciosa y el sabor agridulce de un sórdido circo que ojala no existiera, pero que, desgraciadamente, el próximo sábado volverá a levantar el telón.

Ricardo Bosque. “Suicidio a crédito”. Mira Editores. Zaragoza, 2009.

1 comentario:

Ricardo Bosque dijo...

Muchísimas gracias por tu visión de los hechos, Luis, me ha encantado. Y, en efecto, Mosteo es Mosteo (lo de Tío Tom va por su gusto por Tom Waits). Al fin y al cabo, se la debía: él me hizo aparecer a mí en su libro El infierno desempeñando el papel de un canalla que robaba revistas guarras en los quioscos callejeros.