jueves, 12 de febrero de 2009

A solas

Seguramente las claves para poder apreciar “Cielo nocturno” sean generacionales. Que los que vivieron toda esa época de infancia sin televisión y universidad de pantalón de campana y canción protesta pueden identificarse plenamente con ella, leer entre líneas, rememorar, descubrir semejanzas y compartir sentimientos. Para los que alcanzamos la mayoría de edad a finales de los ochenta todo eso nos queda lejano. Pero con lo que si podemos identificarnos es con esos momentos decisivos en la vida de cualquiera de nosotros. El paso del colegio a la universidad. El final de una etapa y el comienzo de otra, los cambios radicales que se producen en esos años.
En “Cielo nocturno” hay dos tiempos distintos. Uno lento y profundo, marcado por el silencio y la disciplina del colegio; y otro, el de la universidad, rápido y decisivo, pleno de estrenos, golpes, heridas, descubrimientos, pérdidas y cambios.
El colegio de este “Cielo nocturno” es un lugar al que su protagonista, por clase social, no pertenece. Un lugar en el que estaba en desventaja, de prestado, fuera de sitio. Descubrimos a una niña callada y observadora, con un silencio poblado de fantasías, con la imaginación como refugio y escondite.
Soledad Puértolas nos enseña que ese tiempo del colegio es también un tiempo de ida y vuelta. El de los recuerdos y los reencuentros. El pasado que vuelve trasformado en unas antiguas compañeras de clase con las que compartimos aperitivos, caminos de vuelta a casa y una fiesta con nuestros primeros zapatos de tacón, y con las que, años después, no tenemos nada en común. Un tiempo irrecuperable, un jardín desaparecido, caminos y destinos distintos, palabras y recuerdos que ya no sirven.
En “Cielo nocturno” el tiempo de la universidad es el momento y lugar en el que aparece una nueva conciencia para huir de la monotonía familiar, del colegio y sus horas de silencio, rezos, secretos y sermones. Tiempo en el que surgen las inevitables diferencias con nuestros padres. Tiempo y edad para descubrir el amor y el placer en interminables tardes de miércoles en la habitación de un caserón misterioso, vacío y poblado de criadas. Y es también el tiempo para que el amor acabe. Otra generación, otras causas, otro escenario, pero las mismas piedras en el camino, iguales motivos de felicidad y dolor por los que todos hemos pasado.
“Cielo nocturno” es también la historia de una caída. Una depresión, un romperse por dentro. Perder el amor, la confianza y la ilusión. Perder el tiempo de la seguridad, el lugar en el mundo. Sentirse vacío y desorientado. Caer y levantarse.
Es el recorrido por un tiempo en el que todo se transforma, camina hacia delante y atrás, vuelve y se marcha, vive y muere: la familia, la infancia, el amor, las ilusiones.
Es una historia de otra generación distinta en lo aparente, pero igual en lo esencial: dolor propio, melancolía, cambios, recuerdos, amores perdidos, nostalgias y muerte. Una historia individual hecha de unos sentimientos comunes que mañana volverán a repetirse: buscar el propio camino, contemplar el pasado con asombro y distancia, interpretar los sueños y entender el presente, confiar en el futuro incierto.
La necesidad de estar a solas con nosotros mismos para comprender.

Soledad Puértolas. “Cielo nocturno”. Editorial Anagrama. Barcelona, 2008

2 comentarios:

Mario dijo...

Como de costumbre, haces magia con las reseñas, Luis.
En cuanto a la cita, la verdad es que no estoy muy de acuerdo con Simenon. Para mí escribir es una fuenta de mucha satisfacción. Una vocación de desdicha es trabajar diez horas en una cadena de montaje o un andamio. Creo que el Simenon este nunca tuvo muchos callos en las manos.
Me niego a la idea de escritura como sufrimiento.
No abandones a los libros, tu blog nos lleva de la manita...

Luis Borrás dijo...

Estimado Mario:
Muchas gracias por tu visita y tus amables palabras. Las agradezco mucho, sobre todo por ser tuyas.
En cuanto a la cita estoy de acuerdo contigo, además, no creo, por lo poco que sé de la vida de Simenon, que tuviera motivos para considerarse desdichado. Sobre todo si consideramos el éxito que él obtuvo. Esa desdicha deberíamos dejarla para otros menos capaces o afortunados.
Todavía tengo pendiente dejarme moder por ese perro salido de tus manos.
Gracias por tu presencia y tus ánimos.