viernes, 10 de octubre de 2008

La última partida


Los juegos de cartas siempre me han producido indiferencia. Desconozco sus virtudes y no comprendo sus emociones. Ni tan siquiera sé jugar al guiñote. Pero lo que sí conozco –y bien- es la niebla. Lo que significa vivir dentro de ella.
La niebla puede ser invisible o hacerse evidente. Cuando es invisible resulta peligrosa, vive en nuestras entrañas y no la vemos. Cuando se hace evidente es demasiado tarde. Estás perdido, desorientado, y no ves la salida. Muchos viven y mueren atrapados por ella. Pero también algunos consiguen salir.
Esta es la historia de un hombre afortunado que consiguió salir de esa maldita niebla. Salvarse. Escapar. El resto es magia. Misterio. Leyenda. Y un final que no voy a desvelar y que les aseguro no va a dejar indiferente a nadie.
Hay mucha vida en esta novela. Hay personajes y humanidad. Un padre separado, una ex mujer y una hija adolescente en la edad del pavo. Hay amor, timidez y dudas, y un secreto que guardar. Hay lugares conocidos, casas vacías, bares y ríos; y hay ciudades y filosofías por descubrir. Hay desencantos, supervivencia, madres y vecinas, abuelos y palomas, amistades y borracheras. Sueños envueltos en niebla. Hay un perro guardián llamado Arcángel. Hay juego, avaricia y orgullo. Hay aventura, misterio, azafatas, vagabundos y sombras. Hay muerte, miedo, una huida, llamadas telefónicas y un viaje en barco. Hay objetos, una navaja de afeitar, pasaportes falsos y naipes con alma. Hay preguntas, un destino y un beso sincero.
Pero, sobre todo, hay dos citas fundamentales. La primera es que “La verdadera felicidad consiste en conocer las propias capacidades y ser capaz de expandirlas. Conocerse a uno mismo y trabajar por mejorar. Pero hay un problema, eso cuesta esfuerzo y dolor”. Y la segunda es que hay que “creer en una victoria. Si te preocupa perder, perderás”.
Un jugador profesional de póquer recibe el encargo de jugar una partida. Acepta el trabajo porque puede ganar dinero suficiente para retirarse definitivamente. Se trata de un perdedor, un derrotado, un viejo maestro que sobrevive a base de oficio, habilidad y un par de trucos. Ese trabajo es para él la partida final, su última oportunidad para redimirse, romper con el pasado, recuperar la dignidad. Encontrar la salida. Salvarse. Jugar esa partida para ganarla.
Esa última oportunidad le llevará a comprender que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. A conocer el dolor y vencerle. A beberse todas las botellas del mini-bar de la habitación de un hotel y dejar que el dolor te hable. La vida de un jugador: partidas, noche, ausencia, silencio. Y el precio que hay que pagar: soledad, camas vacías, alcohol, adulterios. Un matrimonio roto. Puertas que se cierran. Abandonos. Y la consecuencia: vacío y ansiedad. Cometer un acto desesperado. Destruirse. Dejarse ganar la partida que le hubiera otorgado la inmortalidad. La renuncia. La derrota en la final de la serie mundial de póquer.
Descubre también que hay algo más que puede salvarte. Un sentimiento poderoso: el amor. La emoción de las primeras citas, los nervios, volver a tener veinte años. Vencer el miedo a defraudar al amor, el miedo a no saber qué pasará, qué hacer. Encontrar la esperanza y la calma del amor compartido. El sueño en los brazos de otro. El tacto de su piel. La vida que queda. La sonrisa que deja el amor.
Todos tenemos nuestro lugar guardado en el mundo. Unos lo encuentran, otros no lo hacen nunca. Algunos tienen la magia de su lado. Esta historia nos hace creer que a los luchadores les llega su recompensa. Que los que creen en el amor, lo encuentran. Lo importante es saber quién eres aunque viajes con pasaporte falso. Que la vida es como arrimarse a un cerezo japonés en primavera.
Todos mereceríamos que esa maldita niebla se deshiciera, nos permitiera encontrar nuestra alma, nos dejara volver a encontrar el amor que creíamos perdido. Todos mereceríamos tener suerte. Conocer la magia de nuestro destino, la razón de estar en este mundo. Todos deberíamos tener la oportunidad de jugar esa partida y ganarla. La suerte de recuperar tu alma.
Esta historia es como prender una cerilla. Rascas y la llama surge despacio, después, coge velocidad, crece imparable hasta que llega al máximo: azul, negra y amarilla; triangular y afilada. Deslumbra. Durante un instante mantiene la esperanza de su luz ante tus ojos, después se apaga. Queda un diminuto rescoldo que parece infinito y un humo azul que pretende ser llama. Parece algo simple e inútil, pero la cerilla prendió, dio luz, iluminó, y su calor consiguió disipar la niebla.
Mario de los Santos. “Cuando tu rostro era niebla”. Onagro Ediciones. Zaragoza 2008.

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