lunes, 14 de julio de 2008

El libro de Jakov (Segunda parte de Blonembun)


Algunos dicen que Blonembun no existe. Pero no es cierto. Lo que pasa es que no quieren mirar, no quieren saber, no quieren sentir. Prefieren la comodidad de la mentira, de la ignorancia, del no ver.
Blonembun existe en nuestras pesadillas y en nuestros sueños secretos, malogrados y siempre aplazados. Nuestro propio asesinato. Existe en nuestras obsesiones que nos persiguen y azotan, en la soledad que vive en silencio tras los tabiques. Existe en las cosas que elegimos olvidar, en todo lo que quisiéramos hacer desaparecer.
Existe en la fotografía de esa mujer que fue nuestra y ya no está. En el único lugar donde conocimos la felicidad. En aquel viaje que ya no podremos repetir.
Existe en todos esos hombres que no queremos ver. En los borrachos, ebrios de dolor y recuerdos; en los derrotados, arruinados de soledad y desesperanza. En los vencidos por esa maldita sombra llamada depresión.
En esa violencia ante la que nos hemos vuelto indiferentes, en ese asombro y ese horror que dura el tiempo de una noticia en el telediario. Después vendrán todos los narcóticos gratuitos que nos harán reír y dejarnos ciegos.
Existe como todos esos lugares que imaginamos en los que dejamos de ser nosotros mismos y dejamos de sufrir. Existe en cada momento en el que nos arrepentimos y ya no podemos dar marcha atrás. Existe porque es un lugar al que vamos a diario, del que huimos a diario, en el que vivimos, en el que nos sentimos encerrados, en el que buscamos, en el que nos rendimos.
Existe cada mañana, cuando suena el despertador; existe en cada maldición, en cada beso de adiós. Existe como existió el pasado, ese momento en el que fuimos felices una vez.
A la mañana siguiente me levanté dispuesto a volver a las calles de Blonembun, dispuesto a buscar, a encontrar algo que no sabía qué era.
La puerta seguía abierta y el viejo de la habitación de enfrente seguía sentado en la silla de mimbre, pero esta vez, en lugar del reloj de arena, sostenía entre las manos una postal y sonreía.
Me acerqué hasta la puerta y le pregunte:
-¿Buenas noticias?
El viejo levantó la mirada de la tarjeta y me dijo:
-Ya lo creo, que son buenas. Baraka me ha escrito, por fin se ha acordado de mí, me anuncia que viene a buscarme.
-¿Quién es Baraka?- le pregunté
-Baraka, el hombre del globo, todo el mundo sabe quién es. ¿Tú no eres de Blonembun, verdad?
- No.
Y entonces me explico quién era Baraka. Me dijo que por fin dejaría de sentirse un cobarde, por fin todo terminaría, dejaría de sufrir, se acabarían esas noches de insomnio en las que llamaba a gritos a Baraka, rogándole que viniera a buscarle y le llevara con él.
Le pregunte porqué quería que viniera Baraka a buscarle y entonces me contó el pequeño tesoro de su historia.
Cuando terminó dejé de sentirme perdido y desorientado, mis cuarenta años dejaron de pesarme, mi tristeza dejo de acecharme tras de los tejados, dejé de sentir miedo y encontré la esperanza.
Salí a la calle prometiéndole que volvería y me fui directo a la librería del capitán Clerk. Le pregunté por el libro de Jakov Salenko. Sin levantar la mirada de unos viejos papeles que observaba con una lupa me dijo que ese libro no existía. Debió de notar mi desesperación y se apiadó de mi, porque cuando iba a salir de la librería me detuvo diciéndome que Jakov Salenko nunca había escrito ese libro, me quedé mirándole sin comprender, entonces levanto la mirada y me dijo que lo había escrito otro, que buscara en la Biblioteca Municipal.
Me fui a la Biblioteca de Blonembun y busqué en los autores con la letra S, fui pasando lentamente el dedo índice por lomos. El capitán Clerk no me había mentido, no había ningún libro de Salenko. Pero me dijo que buscara, que lo había escrito otro. Por orden alfabético fui sacando uno a uno todos los libros de las estanterías, hasta que por fin, pasadas unas horas, en la letra S encontré la portada de un libro con el dibujo del globo de Baraka, volando sobre los tejados de Blonembun. Me temblaron las manos. Cogí el libro y me lo metí dentro de los pantalones, sacándome la camisa por fuera para ocultarlo. Las alarmas de la puerta no saltaron al salir. Sonreí.
Parado en la acera miré a los tejados, el francotirador estaba ahí, apuntándome. Le enseñe el libro, como si fuera mi salvoconducto, y, entonces, le vi bajar el fusil y marcharse. Ahora ya no podría abatirme.
Regresé a la “Pensión de las Almas” y la habitación de Jakov estaba vacía. La cama de hierro sin sábanas, la silla de mimbre vacía. Sobre la mesa el reloj de arena. Lo cogí y me fui a mi cuarto. Abrí la maleta, metí dentro el reloj de Jakov y el libro. La cerré y me marché.
Me senté en un banco del andén de la estación y recordé a aquella mujer que había visto en aquel mismo lugar la mañana en que llegué a Blonembun. Recordé como acariciaba con dulzura la frente de un hombre, cerraba sus párpados y le susurraba al oído.
En el próximo tren me marcharía, tenía otros lugares que conocer, hoteles inventados, paisajes de papel y agua, ciudades del alma.
Abrí la maleta y empecé a leer el libro, la vida de Blonembun, la historia de Jakov Salenko.


Oscar Sipán, “Rompiendo corazones con los dientes”, Edita Odaluna, Requena (Valencia) 1998. Dibujo de la portada de Oscar Sanmartín.

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