martes, 17 de junio de 2008

Encontrar tu recuerdo


Compré este libro buscando un nombre, una imagen que me dijera que ese lugar existe. Conocer, aunque fuera con la mirada de otro, ese lugar en el que nunca he estado. Pasé las páginas sin encontrarlo, sin leer de él, sin verlo. Compré este libro, padre, para conocer tu pueblo. Ese lugar en el que sé que naciste, ese pueblo de Teruel al que no me llevaste nunca, que para mí no es más que un nombre lejano y desconocido.
Lo busqué, padre; lo busqué y no estaba. Pero sé que existe y sé que tú naciste allí y también sé que lo abandonaste, que un día le diste la espalda y no lo volviste a ver. Que te marchaste a Barcelona y que allí, bajo esa sombra de piedra del Maestrazgo, no quedó nada tuyo, que lo vendiste todo para emigrar: ganado, tierra y casa, hambre y sol.
Pero en ese Maestrazgo de silencio, de sierras, cañadas y peñascos, se esconde tu vida. Sé, que en ese laberinto de roca y viento, está ese lugar al que renunciaste. Lo busqué, padre; lo busqué y entre sus páginas encontré la carta de amor a su paisaje que escribió Antón Castro y la deslumbrante poesía atrapada en la mirada de Kim Castells.
Ese Maestrazgo tuyo, ese lugar de grutas de cristal y peñascos de rostro arañado es hermoso y agreste. Me gustaría que estuvieras aquí para verlo, para emocionarte ante su belleza. Ahora que ya no estás, me gustaría que vieras esas agujas de piedra rasgando las nubes oscuras, y los ríos que nacen entre espumas y sedas, y esos oteros desde donde dicen que se ve el mar. Y ahora que no puedes escucharme te lo digo. Me hubiera gustado verlo, padre. Me hubiera gustado visitar contigo tu pueblo, recorrer sus callejas y escuchar tus recuerdos.
Porque tu recuerdo está escrito en la rutina de esa fábrica de Barcelona, en ese hospital donde una máquina apagó tu vida, en esa mañana en que cerraste los ojos y me dejaste sin saber si añorabas esos molinos de agua, esos pantanos que son cielo dormido. Si este frío de cristal y cemento en el que vivo es más soportable y menos hiriente que la hoguera de la mañana y la noche serena y limpia de tu tierra. Si esta ciudad es mejor que esos barrancos, esos precipicios donde se esconde el río; si este lugar donde nacieron tus hijos es mejor que ese Maestrazgo de pinos, aromas y sabinas, de ermitas y romerías para que venga la lluvia.
Te fuiste y no me dijiste si estabas feliz por nosotros, que no somos pastores, que pudimos ir a la escuela y que sabemos leer y escribir. Que no dormimos al raso las noches sin luna guardando un rebaño de ovejas. Te fuiste y me dejaste tu presencia silenciosa con el dolor de la muerte minando tu cuerpo, tu sonrisa de domingos frente al televisor y tu boca sin aire subiendo cuatro pisos sin ascensor.
Y ahora que no estás te lo digo. Me gustaría ser como ese escritor y ese fotógrafo, me gustaría recorrer esa tierra que fue tuya y fotografiarla y escribir sobre ella, atrapar su belleza abrupta y verde en un verso completo, en el claroscuro de un día que nace.
Y tú dirías que soy un bicho raro. Un hombre estúpido por querer estar en ese lugar donde todo falta y todo está por venir. Un paisaje hecho de escasez y penuria, de tierra estrecha, pedregosa y fría.
Pensarás que soy un necio y que tengo mucho más de lo que tú tenías y que debo considerarme afortunado por comer caliente tres veces al día y tener una casa con calefacción central.
Seguramente te reirías de todos esos turistas que se van los fines de semana a esa tierra de piedra y olvido a recorrer sus sendas y desfiladeros y hablar de arte mudéjar, neoclásico y gótico, y que el domingo en su casa se dan un baño caliente y duermen en una buena cama. Te reirías de todos esos que buscan lo que no tienen, cuando vivir así, sin médico, sin coche, trabajando la tierra mirando al cielo, temiendo el granizo y la nieve a destiempo, era cualquier cosa menos vivir.
Dirías que los turistas son personajes falsos, personas de paso, como los retratistas de las ferias. Y que los artistas, pintores y escritores, son señoricos ociosos. Y a mi me daría vergüenza decirte que quisiera ser como ellos.
Pero me encuentro en esta ciudad faltándome tu recuerdo. Y quiero apreciar todo lo bueno que tengo, y no haber sufrido noches de tiritona y hermanos muertos de una diarrea, y madres de luto, y caminar de horas y días de fiesta con barro en los zapatos.
Pero iré padre, volveré sin ti y de ti no quedará nada, tan sólo el mismo paisaje que vieron tus ojos, las rocas erosionadas, los farallones inexpugnables y las plazas porticadas. Inventaré tu recuerdo entre callejas y soportales, en los otoños rojos y ante los rojos tejados de sus aldeas. Y conoceré ese lugar al que diste la espalda, donde tal vez lloraste de rabia y dolor el día en que te fuiste.
Porque sé que en tu mirada mil veces se dibujaron esos amaneceres y que tú también te estremeciste ante su belleza hecha de piedra, cielo y silencio.
Pensarás que la vida es extraña y el hombre un animal de asombro y misterio que siempre anhela lo que no tiene. Y tendrás razón, padre; tendrás toda la razón.


El Maestrazgo. La invención de una belleza sobrenatural”, fotografías de Kim Castells y texto de Antón Castro, Edita Ibercaja, Zaragoza 2006

No hay comentarios: