sábado, 7 de junio de 2008

Atormentada memoria


Me enfrenté a “Mientras caen las hojas” de Ramón Gil Novales con la precaución de saber que era una novela sobre la guerra civil. Deseando que no fuera la típica novela en blanco y negro, otra historia plagada de lugares comunes y escrita con el valor inútil de las verdades de una sola cara. Y es que para mí esa maldita guerra no ha sido más que lo que contó mi padre de ella. Nuestra familia vivía en una torre a tres kilómetros del pueblo. Al principio pasaron unos, preguntaron, registraron la casa buscando algo y se llevaron comida y bebida. Las visitas se repitieron un par de veces hasta que un día vinieron los otros e hicieron exactamente lo mismo. Después nada, lo de siempre, igual que antes, un poco de tierra, unos animales y un ir tirando. La guerra quedó lejos y no dejó ningún recuerdo ausente, ninguna amargura de sangre, ningún odio que transmitir ni nadie a quien guardar rencor hasta el último aliento de vida.
Afortunadamente, “Mientras caen las hojas”, nos cuenta la única verdad que nos dejó y significó esa maldita guerra: terror, muerte y dolor. Pero sobre todo habla de hombres, de sentimientos, y de lo difícil y necesario que son la comprensión, el respeto, la vergüenza, el olvido y el perdón.
Todo comienza con una amenaza, con la valentía y la fidelidad de un hombre que decide no huir y abandonar a su mujer a punto de dar a luz, el destino de una vida que nacerá marcada para siempre por la muerte y la ausencia. La integridad de un hombre que decide no traicionar, no señalar a otros hombres para salvarse.
A partir de ese momento todo es un silencio estremecido, y una vida que se reduce a esperar que se consuma lo inevitable, esperar y temer hasta el momento del abrazo final de una despedida, la pérdida y los ojos abiertos al resplandor de la luna.
Descubrir que hombres de Dios fueron capaces de convertirse en fanáticos idénticos a sus asesinos, que la vida del prójimo no les producía ningún sentimiento de piedad y que la suerte está escrita en la apetencia inhumana del tirano y su cólera.
En esta novela hay desesperación y locura, hay, entre un paisaje hecho de lunas, cielos, viento y nubes, unas vidas que el vendaval de la guerra se llevó por delante; proyectos, ilusiones y amores que se rompieron en mil pedazos. Entre calles oscuras, sombras y ruidos, hay una capital de provincia donde los odios y las venganzas estaban mecanografiados en una lista con nombres y apellidos.
Una novela que habla del horror en una ciudad y de un paisaje hecho de cielos que se vuelven oscuros y se desgarran, donde se siente el sofocante calor de ese verano. El diálogo conciso y el escenario del teatro que Ramón Gil Novales tan bien conoce, el miedo en una habitación vacía donde la luz tiembla y el sudor araña las sienes.
Hay palabras que tienen un sabor agrio y trágico: denunciar, señalar, acusar al prójimo, inventar. Culpar a otros para sobrevivir. Y frente a ellos un hombre que no se humilló, un destino escrito con dignidad. Un rostro que se descubre ante una luna enorme, toda fuerza y resplandor.
Hay actos que tienen un tacto viscoso, son ardientes, queman como la conciencia manchada de culpa del verdugo, del asesino. Odio, denuncias, listas, limpieza, ejecuciones, represión, ajuste de cuentas. La más ruin y despreciable razón convertida en injusticia, en hombres indefensos frente a una tapia.
Y persiguiendo al criminal la culpa y la vergüenza que ni siquiera la noche y el tiempo consiguen hacer olvidar. Que le obligan a huir de si mismo, de su recuerdo y su pasado. Una huida de lo que se hace insoportable, el peso de un asesinato. La responsabilidad de nuestros actos.
Mientras caen las hojas” es también una búsqueda, la razón de cada uno construida ante la terrible visión y experiencia de la muerte, del odio alimentado sobre el miedo y la sangre. Un tiempo en el que se mataba porque otros habían matado antes, en el que se mataba para enterrar la muerte. Donde la escabechina era mutua, sin piedad ninguna. Un esfuerzo por comprender a los que se vieron injustamente perseguidos, a los que vivieron amenazados bajo la artillería, a los que sobrevivieron a veinte meses de asedio, muerte y destrucción. Una historia donde el más débil es siempre el insepulto, el desaparecido, el que ya no volvimos a ver.
Mientras caen las hojas” nos enseña lo peor de los hombres, la injusta represión para después de una derrota, la humillación, el desprecio, el odio que se convirtió en régimen. Un viento que se quejaba humanamente. Maldita noche de muerte. Triste noche. Blanca luna.

Mientras caen las hojas, Ramón Gil Novales, Editorial Prames Zaragoza 2008

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